lunes, 31 de agosto de 2009

Diario de Los Sitios - Zaragoza 31 de Agosto 1808

Se saco mas artillería del Canal Imperial, hasta 53 piezas entre ellas tres culebrinas del tiempo de Felipe V y doña Isabel Farnesio, cuyos nombres estaban esculpidos, y tres morteros grandísimos. Este día entraron 2.500 hombres del partido de Teruel sin armas, los que inmediatamente se destinaron al cuerpo de ejército. 
Salió una circular de orden de S.E. dirigida por el Intendente a los arzobispos y obispos de España e Indias pidiendo socorros para esta ciudad, y unos artículos sobre la magnanimidad de los zaragozanos, que llenarán de gloria a sus vecinos, y son los siguientes. 
1º. Nadie ignoraba la desprevención de esta ciudad para resistir el ataque del 15 de junio, ni que moralmente fuese posible su defensa, no se echó de ver el menor temor en los que se presentaron al combate ni turbación alguna en sus habitantes, habiéndose celebrado en las iglesias metropolitanas y demás de la ciudad los divinos oficios con la solemnidad correspondiente aquel día víspera del Corpus, de manera que el espantoso ruido de la artillería y fusiles más bien parecía gustosa salva que espantoso estrépito. 
2º. Jamás decayó su ánimo a pesar de ser casi continuos los ataques del enemigo y hallarse la ciudad por muy largos días sin auxilio de tropas de línea y con escaso número de artilleros. 
3º. Siete mil bombas y granadas disparadas contra sus edificios no bastaron a infundir la menor cobardía, no solo en los hombres, pero ni en las mujeres ni niños que incesantemente andaban por sus calles, concurriendo a sus respectivos destinos, llevando en sus semblantes el majestuoso semblante de la serenidad. 
4º. Se veían día y noche sin cesar ruinas de edificios, asolación de campiñas, incendios de mieses, de casas de campo, de conventos y haciendas pingües y, sobre todo, padres, hijos, hermanos y parientes, ya heridos, ya muertos, sin que nada de esto llegase a perturbar al más pusilánime. 
5º. Las mujeres han atestiguado constantemente estas verdades presentándose desde el primer día en las baterías y demás puntos de ataque con varonil espíritu para suministrar entre enjambres de balas a los artilleros y combatientes el pan, vino, aguardiente, cartuchos, metrallas y demás subsidios para su vigor y defensa. 
6º. El asedio verificado por los franceses en Zaragoza traspasando el Ebro y produciendo el necesario efecto de quedar enteramente interceptadas sus comunicaciones, fue mirado con la indiferencia que sería el asunto de menos importancia. A sus resultas faltaron los abastos. Estuvo el pueblo varios días sin carne, cortadas las aguas de sus molinos, en escasez suma de pan, y comiendo finalmente toda clase de personas el de munición, en cuyo estado (de aflicción por su naturaleza) aconteció al parecer el último golpe con la destrucción de las baterías de Santa Engracia y tapias de San Miguel que franqueó paso al enemigo para entrar en Zaragoza apoderándose de una hermosa porción que su perfidia iba reduciendo a cenizas después de saquearlas. Pero bien lejos de perturbarse sus habitantes en sus operaciones, parece  que engrandecían sus ánimos los mismos daños y peligros, según dispusieron con indecible agilidad y constancia nuevos fosos y baterías en las bocacalles inmediatas al terreno ocupado para impedir al enemigo sus progresos, manteniéndole en esta forma como encarcelado, por 9 días con sus noches, sin dejar al mismo tiempo de destruirle, matando en sus continuos combates a la mejor tropa del enemigo que recogió de esta suerte el debido fruto a su despecho en arrestarse a entrar en la Ciudad. 
En suma ha sido tan cruel esta guerra, como sostenida con serenidad. Hemos tenido unos sobresaltos de puro nombre, y unas pérdidas de que se ha hecho gala. Finalmente un testimonio prolongado por espacio de dos meses de que Zaragoza es propiamente el centro donde tiene su asiento la magnanimidad.
 CIRCULAR DEL INTENDENTE DE ARAGÓN A LOS ARZOBISPOS Y OBISPOS DE ESPAÑA E INDIAS. 
Entre los acontecimientos humanos que la historia puede presentar no hay uno más heroico y más digno de excitar la gratitud de las almas sensibles que el sitio de Zaragoza, combinadas todas circunstancias ocurridas en él, no hay elogio que baste a describirlas. Los paseos e inmediaciones destruidos, cortados sus árboles, arruinadas o quemadas todas sus casas de campo, huertas y olivares que servían para el recreo y gran beneficio de sus dueños, batidas y destrozadas por las bombas, granadas y balas de cañón todas las casas exteriores de la mitad de la circunferencia de la ciudad, volados los templos y las tapias que le servían de muros, incendiadas y arruinadas muchas de sus casas. 
Esta sola vista presenta a todos los estragos y horrores de la guerra y las circunstancias y valor de los zaragozanos. Si se atiende a los sucesos particulares sobrevenidos antes y durante el Sitio sólo a los que hemos sido testigos presenciales pueden hacerse creíbles. A la explosión lamentable del almacén de pólvora que sobrevino después de muchos días de ataques y que arruinó una infinidad de edificios, consternando a la ciudad siguió el bombardeo de 1 y 2 de julio que duró días con sus noches; comenzó al propio tiempo el enemigo por todas partes, y atacó formalmente con furor y grandes fuerzas el Castillo y algunas de las puertas de la ciudad, mas sus habitantes, en vez de desmayarse sin descanso, y sin haber podido dormir un solo momento a vista de los heridos y muertos solo pensaban en vencer o morir. 
Las mujeres corrían presurosas a dar socorro a los pocos artilleros y soldados que había, y a  animar a los paisanos; algunas de ellas fueron víctimas de su ardiente celo. Los padres de familia veían expirar sus hijos en sus casas por las bombas, y a su mismo lado en el combate y, en vez de llorar su pérdida, seguían tranquilos en la defensa, consolándose sólo con pensar y decir que habían muerto por salvar la patria. Los propietarios miraban con desprecio la pérdida de sus bienes, y aun pedían arruinasen sus olivares y casas de campo, cuando podían servir de asilo al enemigo o de estorbo para nuestra defensa. Desde el más pobre hasta los más acomodados, todos franqueaban gustosos sus toldos para sacos de tierra, sus camisas para la tropa y, en fin, cuanto tenían, se necesitaba y podía desearse. 
Llegaron los días 3 de agosto y sucesivos, llovían bombas sobre bombas en el Hospital General donde estaban los heridos y enfermos y nuestros expósitos, y a donde el enemigo dirigía sus tiros; todos corrían presurosos a salvarlos con igual constancia, valor y patriotismo, veían muchos arder sus casas y ser saqueadas por los enemigos. Se veían todos faltos de víveres y aún de pólvora, toda privación les era llevadera, jamás perdieron sus esperanzas, ni su corazón anhelaba otra cosa que la muerte o la victoria. Los que siendo ricos se miraban ya reducidos al solo vestido que tenían puesto y el fusil con que defendían su patria se vanagloriaban de ello. Los menos acomodados se olvidaban de si mismos y de la subsistencia futura de sus hijos, y sólo pensaban en la venganza. Pocos ejemplos presenta ni presentará el mundo de este maravilloso heroísmo. 
Ya pasaron aquellos días tan aciagos para Zaragoza, ya la Providencia ha dispensado a sus habitantes el laurel que merecían su constancia y valor, ya el enemigo hubo de huir vergonzosamente, dejando entre nosotros una memoria de odio eterno que, hasta los niños que apenas pueden hablar, pronuncian a gritos, pero a los que hemos podido sobrevivir en medio de tantos males y prodigios, no nos es posible mirar sin verter lágrimas el desamparo a que quedan reducidas tantas familias dignas de mejor suerte. El excelentísimo señor capitán general, cuya alma sensible y grande llora tantas desgracias, me ha encargado de ocurrir y proponer el remedio, cuando otras atenciones me lo permitieran; mas S.E. no sosiega, ni yo que veo la urgencia de socorrer a tantos infelices, que tienen hasta la prudencia de disimular los quebrantos y necesidades, porque se hacen cargo de las muchas y urgentes atenciones a que es preciso ocurrir. 
He creído, pues, que abriendo una subscripción en toda España y América hasta sacarse una cantidad bastante considerable para mejorar su suerte y darles el consuelo que se merecen. Para ello, con aprobación de S.E. y conforme a ella me dirijo a todos los muy reverendos arzobispos y reverendos obispos de ambos reinos de cuya caridad, cristianismo y amor a las virtudes, esperando que dando por si el ejemplo, y excitando la caridad de todas las corporaciones e individuos particulares pudientes de sus respectivas diócesis lograrán auxilios pecuniarios suficientes para indemnizar a los desgraciados habitantes de Zaragoza que han quedado reducidos a la indigencia por libertar a toda España del yugo opresor de la Europa. 
Espero del acreditado celo de V.S.I. que contribuirá a que se realice en breve esta subscripción en su diócesis, anotando las personas que contribuyan para un objeto tan importante, tan grato a los ojos de nuestro Dios, y que mirará con el debido aprecio nuestro amado rey. 
El dinero que V.S.I. recogiere para este fin, se servirá tenerlo a disposición del ilustrísimo Cabildo eclesiástico de esta santa iglesia metropolitana que cuidará de reunirlo para, de acuerdo con los curas párrocos distribuirlo a las personas más necesitadas y subsanar hasta donde alcance las pérdidas que han experimentado, y serán eternas. 
Dios guarde a V.S.I. muchos años. Zaragoza y agosto 26 de 1808. 
Lorenzo Calvo de Rozas.

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