Este día es el que siempre será memorable para la ínclita Zaragoza en todas las posteridades.
No contento el enemigo con haber arrojado tantas bombas y causado tantos daños el día anterior prosiguió en este con tanto empeño que empezando su fuego al amanecer con el mayor furor, especialmente por la parte de la puerta de Santa Engracia antes de las 6 de la mañana ya había inutilizado mucha parte de las casas y conventos, especialmente los inmediatos a la parte de donde venían los fuegos, como fue el de Jerusalén cuyas religiosas se vieron obligadas a desampararlo, como verificaron con las de Altabás a cuya ministra la madre N. Campos, natural de Zaragoza, mataron los franceses muy cerca de la plaza de San Felipe, y las demás estuvieron escondidas en los zaguanes hasta que pudieron encaminarse a casa de D. Joaquín Virto de Vera. El de Santa Catalina quedó también casi arruinado, y las religiosas con las de Tauste y Alagón se fueron a nuestra Señora del Pilar, y desde allí a casa de Martinez causando mucha compasión a todo el pueblo. En el resto de la ciudad hubo mucho destrozo, estando todas las calles llenas de ruinas.
El enemigo empezó su ataque general por todos los puntos con un tesón el más furioso, acometiendo por todas las baterías, haciendo los nuestros prodigios de valor, pero a pesar de la defensa tan bárbara, antes de las 12 entraron como unos diez por la brecha que abrieron en el Jardín Botánico, los que fueron muertos inmediatamente. Mas a poco rato entraron muchísimos los que se encaminaron a los callizos de Santa Catalina, y flanqueando las puertas del fosal del Hospital General se introdujeron en él, haciendo mil estragos y matando a cuantos encontraban, por donde salieron al Coso, cuya primera diligencia fue acometer la Tesorería General robando todo el dinero, que pasaba de dos millones de reales, y al tesorero D. Tomás de la Madrid cuanto tenía (que era mucho) como a todos cuantos habitaban en dicha casa, y matando a un fusilero que estaba de ordenanza. Enseguida se encaminaron a las casas de Casellas, Santa Coloma, Tosos, Torresecas, Coleta y otros vecinos robándoles cuanto pudieron. Se apoderaron de la casa del conde de Fuentes donde se hicieron fuertes y, al mismo tiempo, habiendo roto otra porción de franceses por la tapias de la torre del Pino, se encaminaron hacia la plaza del Carmen infundiendo unos y otros tanto terror a las gentes que empezaron a desalojar la ciudad, saliéndose por la puerta del Angel al Arrabal mujeres, clérigos y muchísimos otros vecinos. Inflamados los paisanos no obstante la dominación que ya tenían en el Coso, y entre todas las acciones más brillantes y que darán lustre y honor a Zaragoza las ejecutadas por los dichos paisanos de la plaza de la Magdalena, y los de la calle del Carmen, pues los primeros se arrollaron tanto al ver a los franceses llegar hasta aquella plaza, y que venían formados tocando a degüello , que más quisieron morir gloriosamente peleando que ser pábulo de su furor, defendiendo la patria acometiendo contra ellos con tanto tesón que, matando a muchos e hiriendo a otros, los hicieron retroceder desde dicha plaza infundiéndoles un terror pánico como ellos mismos lo confesaron, habiéndoles salido al encuentro desde la misma esquina de la calle de Palomar, y n o muchos sino muy pocos, aunque los más esforzados paisanos de la patria capitaneados por el famoso religioso lego del convento de San Agustín llamado fray Ignacio Santarromana, hijo de la parroquia de San Pablo; pues aunque los que habían entrado en las casas y por la calle de San Lorenzo fueron muertos en ellas, y los que huyendo se pasaron a la calle del Salvaje igualmente perecieron a sus manos, ayudando mucho el haberles quitado un cañón que pusieron en la calle de la Parra con el que hicieron un fuego muy vivo, matando al artillero francés, con cuyas arriesgadas acciones lograron hacerlos retirar antes de las 6 de la tarde de todo el espacio que habían ocupado hasta San Francisco y Hospital General.
Lo mismo hicieron los otros defensores en la calle del Carmen junto al convento de Santa Fe que, despreciando balas y el fuego, no les permitieron pasar de aquellas inmediaciones matando tanto francés que solo en una hoguera quemaron más de 24 cadáveres, siendo gloria singular de Zaragoza no haberse hallado en ninguna de estas dos acciones inauditas sino muy pocos oficiales y soldados siendo casi todos los verdaderos defensores zaragozanos. El saqueo que hicieron fue bárbaro y general, robando aquella noche cuantas casas pudieron, cometiendo cuantos desacatos pueden imaginarse, pues solamente con decir que degollaron nueve religiosos franciscanos que se habían pasado a una casa inmediata se dice todo. Donde fue mayor el saqueo fue en el barrio del Carmen y calles inmediatas, saliéndose las religiosas de Santa Fe y Santa Inés de su convento al de San Ildefonso, metiéndose los franceses en las casas, haciéndose fuertes en ellas y tirando bárbaramente desde sus ventanas, pero a pesar de todo su furor no pudieron pasar de dichas calles por la gran resistencia que por nuestra parte se les opuso, como también en la puerta del Portillo, donde los del Castillo les mataron más de 400, de manera que, de los 1.200 franceses que se supone entrarían dentro de la ciudad, morirían más de las dos terceras partes. Las religiosas Carmelitas Descalzas que estaban en casa de Sástago salieron antes del medio día huyendo del fuego con S.E. y se fueron al Pilar donde permanecieron en la sala de oración y, apenas salieron de dicha casa, fue ocupada y saqueada.
La ferocidad de esta gente contra nuestra ciudad y vecindario en esta acción fue de las más sangrientas e inauditas, cometiendo los mayores sacrilegios, no solamente en los conventos e iglesias que ocuparon donde ejecutaron los mayores desacatos indignos de escribirse y otros insultos y homicidios que solamente unas gentes bárbaras cometerían pues, además del robo, hicieron muchísimas muertes que más parecían Nerones que franceses, quedando dueños de los conventos del Carmen, su Colegio, del de la Encarnación, de Santa Rosa, cuyas religiosas y sus inocentes educandas trasladaron a casa de D. Mariano Sardania donde habitaba el general Lefebvre; del de San Diego en el que había un pequeño parque de artillería, del de San Francisco y del Hospital en el que, habiendo cometido cuanto malo pueda imaginarse, nos hicieron desde estos dos puntos tanto fuego que apenas se podía respirar, pues apoderados de la torre y vistillas de San Francisco, cuadras e iglesia del Hospital donde formaron viseras, no dejaban pasar a persona alguna sin tirarle, y a pesar de tanta furia de fuego, no faltaron valientes patricios que despreciando sus vidas, hicieron frente al enemigo, causándole mucho daño y muertos.
No todo cuanto pasó aquella tarde se puede escribir, y solo cabe en la imaginación poder pintar una escena tan lastimosa, causando en sus vecinos la mayor consternación al verse acometidos de unos bárbaros que no atendían sino a su avaricia y tiranía, que ni aun con darles todo se contentaban como sucedió a D. Pedro Ximenez Bagüés que después de haberles entregado su dinero lo mataron, a D. Dionisio Trallero y a D. Manuel Aguilar, a unos soldados que desde la Tesorería se habían introducido, y algunos otros; no solo siendo estos los atentados inhumanos, como se manifestó en un papel que firmado de S.E. y de su orden se fijó en los parajes públicos.
Llegada la noche siguió el desconsuelo porque todo estaba en la mayor confusión, pues las gentes de las casas ocupadas por los enemigos habían huido de ellas no sabían dónde irse.
Desde muy por la mañana estuvo el señor marqués de Lazán a las inmediaciones de la puerta de Santa Engracia dando sus disposiciones, hasta que viendo habían conseguido destruir enteramente dicha puerta y que iban a cortarle, tuvo que retirarse hacia el Coso, siendo testigo de la mortandad y desolación más horrorosa, en la que perecrieron muchos valientes y entre ellos su comandante el coronel D. Antonio de Cuadros, corregidor que era de Teruel que se defendió hasta el último trance con la mayor bizarría.
Desde muy por la mañana estuvo el señor marqués de Lazán a las inmediaciones de la puerta de Santa Engracia dando sus disposiciones, hasta que viendo habían conseguido destruir enteramente dicha puerta y que iban a cortarle, tuvo que retirarse hacia el Coso, siendo testigo de la mortandad y desolación más horrorosa, en la que perecrieron muchos valientes y entre ellos su comandante el coronel D. Antonio de Cuadros, corregidor que era de Teruel que se defendió hasta el último trance con la mayor bizarría.
El general en jefe al amanecer recorrió todos los puntos con la mayor entereza pero, viendo la crítica situación de Zaragoza que llegaba ya al último apuro y extremo, junto con haberle dado parte que los enemigos habían entrado por el Jardín Botánico, se pasó al convento de Jesús en donde, meditando la determinación que debía tomar, fue la de marcharse con sus hermanos, Intendente, plana mayor y mucha oficialidad por el camino del vado del río Gállego en busca de los refuerzos que se esperaban, y que sabía se hallaban en Pina, sin poder atinar la causa de su tardanza (lo que verdaderamente sorprendió al pueblo en circunstancias tan críticas, y aún tuvo que murmurar pues ignoraban el justo motivo de su ida) quedando con el mando el brigadier D. Antonio Torres quien animando a los paisanos logró rehacerlos para la lucha de aquella tarde que seguramente fue de las más obstinadas y sangrientas defendiéndose con ánimo de perecer antes que rendirse y ejecutando prodigios de valor tomando parte en ella todos los demás habitantes.
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