Por ser sin duda víspera del apóstol Santiago hicieron los franceses el mayor empeño en ver si podían entrar en Zaragoza, pero a pesar de su obstinado tesón no pudieron verificarlo. Empezaron el fuego a las 12 en punto de la noche con tal osadía por todas las puertas, especialmente por la del Portillo, Carmen, Santa Engracia, Quemada y del Sol, que fue preciso hacer la mayor resistencia y tocar la generala y reloj mayor, con cuyos avisos, alarmados todos los vecinos, lograron hacerlos huir ignominiosamente y, lo que más sintieron, sin poder ocupar el convento de los Trinitarios habiendo dejado muchos muertos y tenido muchísimos heridos, y por nuestra parte muy pocos.
En la parte del río también hubo escaramuzas y aunque no se les pudo hacer huir, se les contuvo para que no pasasen adelante. Se trabajó mucho en la construcción de tahonas y se tomó la providencia de hacer sacar el pan a vender en las plazas para evitar el alboroto de los hornos; y a pesar de eso no dejó de inquietarse la gente por parecerles que faltaría, habiéndose dado orden de no vender sino en ciertos parajes y horas para la mejor comodidad del público. También providenció el señor Intendente corregidor sobre comestibles, mediante un bando para que no se alterasen los precios.
Este día se pasaron 70 soldados franceses a nuestro campo los que se destinaron al hospital de Convalecientes donde estaban los demás prisioneros.
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